Dra. Vanina Botta: Médica Forense en el Poder Judicial en Puerto Madryn. Especialista en Psiquiatría. Residencia en Salud Mental Comunitaria y Psiquiatría. Médica Especialista en Medicina Legal y Forense.
Todos los investigadores coinciden en que los trastornos del estado de ánimo, como la depresión son más frecuente en las mujeres. Así como también los trastornos de ansiedad.
Diversas teorías tratan de explicar estas diferencias en la prevalencia de los trastornos afectivos, se encuentran involucrados y estudiados factores biológicos (genéticos, neuroquímicos, hormonales), sin lugar a dudas la variabilidad de los ritmos hormonales del sexo femenino jugaría un rol fundamental. Los estrógenos tienen efectos directos sobre la maduración y funcionalidad del sistema nervioso central y las variaciones de los mismos produce síntomas de la esfera depresiva.
Los trastornos del estado de ánimo tienen como característica principal una alteración del humor, existe un estado de ánimo deprimido la mayor parte del día, casi cada día, sensación de ansiedad, o sentirse “vacío”.
Pérdida de interés o placer en actividades que previamente daban placer , la palabra anhedonia de refiere a esto.
Inquietud, irritabilidad, o llanto excesivo.
Sentimientos de culpabilidad, de no tener valor, impotencia, desesperanza, pesimismo.
Trastornos del sueño, como dormir demasiado o muy poco o despertares tempranos en la mañana.
Pérdida de apetito y/o peso o comer demasiado y engordar. Disminución de energía, fatiga, sentirse “lento”. Pensamientos recurrentes de muerte o suicidio, o intentos de suicidio.
Quejas cognitivas, es decir, dificultad para concentrarse, recordar cosas, o tomar decisiones. Se agregan síntomas físicos inespecíficos y persistentes que no responden a tratamientos y muy variados, tal como dolores de cabeza, trastornos digestivos, y dolor crónico.
Es de destacar el papel de los estilos cognitivos en el desarrollo de la mayoría de los trastornos psiquiátricos, dichos estilos cognitivos determinan la forma en que las personas pensamos acerca de nosotras mismas, acerca de las relaciones con las demás personas y de la visión del mundo.
Los síntomas depresivos difieren de una persona a otra en intensidad, gravedad, envergadura y configuración.
Estos síntomas causan un malestar clínicamente significativo o de deterioro social y laboral.
Podemos encontrar depresiones endógenas o exógenas ( es decir reactivas).
La OPS ha catalogado a los trastornos afectivos como epidemia en nuestro continente, mientras q la OMS proyecta para el año 2020 que la depresión será la primera causa de discapacidad a nivel mundial.
De acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud, así como a diferentes estudios las mujeres son más propensas que los hombres a la depresión y a la ansiedad. Unos 73 millones de mujeres adultas sufren cada año en todo el mundo un episodio de depresión mayor. Un 80% de estas depresiones son exógenas, es decir, que tienen su causa en el exterior o en situaciones externas, son las llamadas depresiones reactivas. Lo sorprendente (¿es realmente sorprendente?) es que este tipo de depresiones no biológicas afectan en un alarmante 70% a las mujeres frente al 30% de los hombres.
Entonces, cuando hablamos de este tipo de circunstancias y factores asociados con la condición de ser hombre o ser mujer, ¿a qué nos estamos refiriendo?: ¿al sexo o al género? Recordemos que el sexo se refiere a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, y se entiende por género la construcción social y cultural que define las diferentes características emocionales, afectivas, intelectuales, así como los comportamientos que cada sociedad asigna como propios y naturales de hombres o de mujeres.
A través del aprendizaje de numerosos estereotipos y prejuicios impuestos a uno u otro género, se van desarrollando una serie de creencias, valores y actitudes diferenciadas, son los denominados “mandatos de género” cuya finalidad es aprender a ser una buena mujer o un buen hombre. Todos estos mandatos de género se van traduciendo en cogniciones, emociones y conductas de género aprendidas, que guían a cada persona según el modelo impuesto, convirtiéndose en su propia identidad de género.
Es un proceso de aprendizaje temprano, cuando todavía no existe posibilidad de pensamiento crítico en el niño o la niña. En ocasiones se realiza de forma expresa, pero generalmente se produce de forma no verbal e inconsciente, a través de los modelos de género familiares, especialmente del padre y de la madre. Así se van introduciendo otro tipo de refuerzos de género, unos exclusivos para los varones, como son el poder, el dinero, la acción, el control de l@s demás y de las situaciones y, por supuesto, el amor “propio”. Y otros exclusivos para las mujeres, que son todos los relacionados con el ser y estar para l@s demás (ser buena hija, hermana, esposa, madre, amiga, compañera), con la búsqueda del amor romántico (el buen marido) y, posteriormente, del amor desinteresado que ofrecen los hijos e hijas dentro del matrimonio.
El aprendizaje del género, para hombres y mujeres, en un sistema social sexista, que promueve la dominación del hombre y potencia la sumisión de la mujer, genera graves consecuencias para ambos sexos, pero indudablemente son muchos más peligrosas para las mujeres porque las coloca en una posición de vulnerabilidad para su desarrollo vital.
Una de las causas del mayor índice de mujeres que padecen alguna clase de depresión exógena es la sociedad en la que vivimos y el maltrato que esta sociedad ejerce sobre las mujeres, empezando porque nos educan de una forma diferente que a los hombres y terminando porque vivimos en una sociedad que permite la violencia hacia nosotras.
La violencia contra las mujeres es estructural, en el sentido de que estamos en una posición de subordinación con respecto al hombre y eso genera el cumplimiento de unos roles que a la larga afectan a nuestra salud mental.
En general, se conoce que las mujeres tienen más frecuentemente trastornos del ánimo y trastornos relacionados con la ansiedad y el estrés. Estas diferencias entre géneros han sido ampliamente estudiadas y los estudios en psicología sobre el género son amplios y complejos.
La mayoría de ellos relacionan la mayor vulnerabilidad de las mujeres a los trastornos afectivos con los roles y estereotipos de género.
La Depresión Exógena o reactiva, que varios autores denominan Depresión de Género es un trastorno que únicamente experimentan las mujeres, y sus causas se deben en gran parte ( y entre otras) a las desigualdades estructurales derivadas de la socialización patriarcal que origina la subordinación y la violencia de género contra las mujeres.
Desde que somos pequeñas, o prácticamente desde que nacemos, nos inculcan una serie de pensamientos, creencias, valores y actitudes diferentes según nuestro sexo. Solo si cumplimos con estos mandatos de género seremos una buena mujer o un buen hombre. Al final, el patriarcado nos impone, como mujeres, ser personas en las que las emociones marcadas por la tristeza, la culpa y el miedo son las que nos distinguen, creando mujeres sumisas.
Repito que este proceso sucede cuando aún no tenemos capacidad de pensamiento crítico, generalmente a través de los modelos de género familiares, dado que son los comportamientos que vemos en nuestras madres y en nuestros padres. Así, el cuestionamiento personal y la erradicación de estos valores se vuelven realmente complejos.
La sociedad crea de esta manera un entramado profundo en nuestra personalidad como mujeres o como hombres, que hace que sea realmente difícil reconocerla como causa de la mayoría de los malestares de salud mental y de depresiones de las mujeres.
Por otra parte, a medida que vamos creciendo y convirtiéndonos en mujeres adultas vamos experimentando contradicciones y frustraciones por la puesta en práctica de esos roles impuestos por la sociedad.
La contradicción radica en que tenemos que adaptarnos a un modelo que nos enseña a ser dependientes, pasivas, a sufrir, a llorar, a cuidar a los demás, a que nos atraigan solo los hombres, a limitar nuestro desarrollo intelectual y corporal y luego vemos que somos capaces de decidir, disentir y ser dueñas de nuestro cuerpo, nuestra sexualidad y nuestra vida.
La conclusión es que muchas veces la depresión no es solamente una enfermedad mental ni biológica, ni genética ni neuroquimica, sino un conjunto de sufrimientos y malestares físicos y psicológicos que experimentan las mujeres cuando padecen una crisis de identidad de género. Unas veces producida por la acumulación de los efectos negativos en la salud de las mujeres de las microviolencias; otras por las contradicciones y frustraciones de practicar los múltiples roles y mandatos de la sociedad y en ocasiones, por la vivencia de crisis vitales (ruptura de pareja, depresión post-parto) o como consecuencia de algún hecho traumático (abusos sexuales infantiles, violaciones, violencia de pareja).
Vivimos en una sociedad asentada en la legitimación de diferentes formas de violencia, camufladas hipócritamente en valores como el poder, la fuerza, la competitividad, el éxito, las metas individuales.
Todas las personas estamos acostumbradas a soportar un cierto nivel de violencia que llegamos a normalizar. Desde la infancia a los niños y las niñas se nos posiciona de forma diferente ante esta violencia. Todavía hoy es muy normal, que se anime a un niño a devolver una agresión y a una niña a pedir ayuda si la recibe.
La violencia contra las mujeres es una clara expresión de la sociedad patriarcal en la que vivimos, una sociedad desigual para hombres y mujeres, y la demostración de la superioridad del hombre sobre la mujer.
Se entiende a la Violencia contra la mujer, como una manifestación de la relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que viola y menoscaba los derechos humanos y las libertades fundamentales, por lo que representa un obstáculo para lograr los objetivos de igualdad.
La violencia es una conducta aprendida, previa a la formación de la pareja y no cambia espontáneamente por la voluntad o las promesas. Por esto es muy importante acompañar y alertar a las adolescentes sobre rasgos manipulatorios y violentos en sus novios, ya que una persona no es violenta de la noche a la mañana, existen actitudes que son síntomas que, detectados a tiempo, pueden evitar situaciones de riesgo o futuras uniones.
El maltrato emocional, (amenazas de terminar la relación, acusaciones, descalificaciones y/o celos excesivos) es más difícil de resolver en este grupo etareo, porque las adolescentes no perciben que están viviendo una relación violenta y muchas identifican esas conductas como indicadores de cariño. Muchas mujeres maltratadas descubren que era evidente que la violencia en sus parejas había comenzado en el noviazgo a pesar que nunca lo habían percibido de ese modo.
Someter a una mujer, día tras día, a la violencia psicológica consigue provocar en ella inhibición, desconfianza en sí misma, y disminución de su autoestima, además de sentimientos de desvalimiento, confusión, culpa y dudas.
Ya nadie duda de que la educación, la división jerárquica de roles masculino y femenino dentro de una sociedad patriarcal son los causantes de la violencia contra las mujeres o la violencia de género.
En el caso de las mujeres, “ser para otro” y la falta de autonomía son las señas de identidad, que les hacen más vulnerables a sufrir este tipo de violencia: las necesidades de los demás están primero que las suyas, tienen un alto sentido del deber y la responsabilidad, si la relación de pareja no funciona sienten que no han dado lo suficiente y se culpabilizan.
El trabajo de acompañamiento con mujeres víctimas de violencia de género es larga y difícil porque además de tratar las secuelas psiquiátricas que produce la propia violencia (ansiedad, depresión) , también requiere que la mujer realice cambios estructurales en su personalidad, en la forma de verse así misma y sus posibilidades y en la forma de entender las relaciones con los/as otros/as.
Además, se ha de trabajar específicamente otros factores de vulnerabilidad individuales, como su propia historia personal de adaptación a la violencia de género (por ser mujer) a la que ha estado sometida en otros momentos y contextos vitales (infancia, juventud, adultez, en su familia de origen, en ámbito laboral, en las amistades, etc).
Trabajar con la dimensión cognitiva: hay que lograr que la mujer desactive las ideas y creencias que le hacen creer que es inferior, y al mismo tiempo responsable de su pareja (la idea de familia unida, del amor, de la fidelidad, etc…) y, además, lograr su empoderamiento personal y relacional. Cuestionar su identidad, el modelo familiar donde fue construida, y su propia historia de las otras violencias vividas, son factores muy relevantes. Sin olvidar trabajar el sentimiento de culpabilidad inculcado a toda mujer y creado como un mecanismo de aprendizaje que nos impide abandonar los roles femeninos tradicionales.
Es necesario trabajar con redes interinstitucionales, con organismos barriales y comunitarios, con instituciones escolares y religiosas para comenzar a revisar creencias, preconceptos y prejuicios que ponen a las mujeres en mayor situación de vulnerabilidad. Como asi también trabajar con niños, adolescentes y jóvenes que presentan conductas impulsivas y agresivas hacia mujeres.
Respecto a la autoestima en mujeres con sintomatología depresiva se encuentra por debajo de lo se considera una autoestima saludable. Esta autoestima dañada puede explicarse porque las mujeres no interiorizamos la necesidad de autonomía e independencia. Socializadas en la dependencia hacia “el otro”, necesitamos la evaluación, la aprobación, el visto bueno de los demás para sentirnos bien.
Nos autovalorarnos según nos valoran los demás. De este modo, y frente a la presión que nos generan los mandatos de género, no nos valoramos en función de nuestras habilidades personales sino de las expectativas que los demás tienen de nosotras, y que, a menudo, no se ajustan a nuestra realidad-individual y a nuestros deseos personales-individuales. En definitiva, no nos valoramos como personas individuales y autónomas sino que construimos nuestra autoestima según lo que “los otros” opinen de nosotras.
Se puede afirmar entonces que la salud mental, asi como la salud en general de la mujer es un proceso dinámico, multicausal y multifactorial que tiene que ver con todos aquellos procesos biológicos y psicológicos que afectan su persona y su condición social en las diferentes etapas de su vida.