*Por Vanina Botta
“Nos despojamos de todo lo que estorba,
de la ropa, maquillaje y los prejuicios
y quedamos desnudas, tan completas
con neuronas, con ovarios, hemisferios,
intelecto y con toda nuestra fortaleza”.
-Susana Chávez-
Todas las investigaciones coinciden en que los trastornos del estado de ánimo son más frecuentes en las mujeres.
Diversas teorías tratan de explicar estas diferencias en la prevalencia de los trastornos afectivos. Se encuentran involucrados y estudiados factores biológicos (genéticos, neuroquímicos, hormonales) y sin lugar a dudas, lo neuroquímico y la variabilidad de los ritmos hormonales del sexo femenino jugaría un rol fundamental.
Es de destacar el papel de los estilos cognitivos en el desarrollo de la mayoría de los trastornos psiquiátricos; dichos estilos determinan la forma en que las personas pensamos acerca de nosotras mismas, acerca de las relaciones con las demás personas y de la visión del mundo.
Los síntomas depresivos difieren de una persona a otra en intensidad, gravedad, envergadura y configuración. Estos síntomas causan un malestar clínicamente significativo o de deterioro social y laboral.
Podemos encontrar depresiones endógenas o exógenas (es decir reactivas). La OPS ha catalogado a los trastornos afectivos como epidemia en nuestro continente, mientras que la OMS proyecta para este año 2020, que la depresión será la primera causa de discapacidad a nivel mundial. De acuerdo a datos de la Organización Mundial de la Salud, así como a diferentes estudios, las mujeres son más propensas que los hombres a la depresión y a la ansiedad. Unas 73 millones de mujeres adultas sufren cada año en todo el mundo un episodio de depresión mayor.
Entonces, cuando hablamos de este tipo de circunstancias y factores asociados con la condición de ser hombre o ser mujer, ¿a qué nos estamos refiriendo?: ¿al sexo o al género? Recordemos que el sexo se refiere a las diferencias biológicas y fisiológicas entre hombres y mujeres, y se entiende por género la construcción social y cultural que define las diferentes características emocionales, afectivas, intelectuales, así como los comportamientos que cada sociedad asigna como propios y naturales, de hombres o de mujeres.
A través del aprendizaje de numerosos estereotipos y prejuicios impuestos a uno u otro género, se van desarrollando una serie de creencias, valores y actitudes diferenciadas, los denominados “mandatos de género”, cuya finalidad es aprender a ser una buena mujer o un buen hombre.
Así se van introduciendo otro tipo de refuerzos de género, unos exclusivos para los varones, como son el poder, el dinero, la acción, el control de l@s demás y de las situaciones y, por supuesto, el amor “propio”. Y otros exclusivos para las mujeres, que son todos los relacionados con el ser y estar para l@s demás (ser buena hija, hermana, esposa, madre, amiga, compañera), con la búsqueda del amor romántico (el buen marido) y, posteriormente, del amor desinteresado que ofrecen los hijos e hijas dentro del matrimonio.
El aprendizaje del género, para hombres y mujeres, en un sistema social dicotómico y sexista que promueve la dominación del hombre y potencia la sumisión de la mujer, genera graves consecuencias para ambos sexos, pero indudablemente son muchos más peligrosas para las mujeres porque las coloca en una posición de vulnerabilidad para su desarrollo vital.
Desde que somos pequeñas o prácticamente desde que nacemos, nos inculcan una serie de pensamientos, creencias, valores y actitudes diferentes, según nuestro sexo. Solo si cumplimos con estos mandatos de género seremos una buena mujer o un buen hombre. Se nos impone, como mujeres, ser personas en las que las emociones marcadas por la tristeza, la culpa y el miedo son las que nos distinguen, creando mujeres sumisas.
Una de las causas del mayor índice de mujeres que padecen alguna clase de depresión exógena, es la sociedad en la que vivimos y el maltrato que esta sociedad ejerce sobre las mujeres, empezando porque nos educan de una forma diferente que a los hombres y terminando porque vivimos en una sociedad que permite la violencia hacia nosotras. También los micromachismos a los que nos vemos expuestas en nuestras vidas cotidianas, que bien lo define Luis Bonino en su libro “Micromachismos. La violencia invisible en la pareja” en relación a los pequeños e imperceptibles controles y abusos de poder casi normalizados que los varones ejecutan permanentemente, marcando y restringiendo nuestras vidas.
Muchas veces los síntomas depresivos no son solamente parte de una enfermedad biológica, ni genética ni neuroquímica, sino un conjunto de sufrimientos y malestares físicos y psicológicos que experimentan las mujeres debido a las desigualdades estructurales derivadas de la socialización patriarcal que origina la subordinación y la violencia de género, como por las contradicciones y frustraciones por la puesta en práctica de esos roles impuestos por la sociedad.
Someter a una mujer, día tras día, a la violencia psicológica consigue provocar en ella, inhibición, desconfianza en sí misma, y una disminución de su autoestima, además de sentimientos de desvalimiento, confusión, culpa y dudas.
La violencia es una conducta aprendida, previa a la formación de la pareja y no cambia espontáneamente por la voluntad o las promesas. Por esto, es muy importante acompañar y alertar a las adolescentes sobre rasgos manipulatorios y violentos en sus novios, ya que una persona no es violenta de la noche a la mañana, existen actitudes que son síntomas que, detectados a tiempo, pueden evitar situaciones de riesgo o futuras uniones.
El maltrato emocional, amenazas de terminar la relación, acusaciones, descalificaciones y/o celos excesivos, es más difícil de resolver en este grupo etáreo, porque las adolescentes no perciben que están viviendo una relación violenta y muchas identifican esas conductas como indicadores de cariño. Muchas mujeres maltratadas descubren que era evidente que la violencia en sus parejas había comenzado en el noviazgo a pesar que nunca lo habían percibido de ese modo.
Se puede afirmar entonces que la salud mental, así como la salud en general de la mujer, es un proceso dinámico, multicausal y multifactorial, que tiene que ver con todos aquellos procesos biológicos, psicológicos, sociales y culturales que afectan su persona y su condición social en las diferentes etapas de su vida.
El efecto psicológico del maltrato ejercido hacia la mujer es un problema para la salud pública, sus repercusiones psicológicas implican un factor de riesgo de salud a largo plazo. Por esto es importante incluir el género en las políticas de salud, logrando de este modo, la equidad en salud.
*Dra. Vanina Botta. Médica Forense de Puerto Madryn.