La edad de imputabilidad. Un debate que se reedita cada cinco años

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botta*Por Vanina Botta

Si bien no es función de los y las médicas declarar a un joven inimputable, sí podemos y debemos aportar conocimientos sobre el funcionamiento cerebral.

Las evidencias científicas y los estudios de neuroimágenes nos muestran que el punto de cohorte para la madurez cerebral es 18 a 20 años. Es decir, el cerebro de los y las adolescentes no se encuentra maduro hasta el final de la segunda década de vida.

El periodo denominado adolescencia (de los 10 a los 20 años aproximadamente) transcurre con varios cambios en las estructuras cerebrales, se produce una gran remodelación, con consecuencias importantes en lo emocional y conductual. Cambios que se desencadenan en forma paulatina y progresiva.

El proceso de maduración cerebral y modelación se prolonga y dura toda la adolescencia. Se caracteriza por comenzar desde las partes posteriores del cerebro (las regiones más antiguas) hacia la corteza prefrontal (la zona de atrás de la frente). Esta región prefrontal es la última en desarrollarse. La corteza prefrontal es el área más evolucionada del cerebro y el asiento de las capacidades ejecutivas, aquellas que nos permiten atender y desarrollar un plan, monitorearlo, hacer ajustes y cumplirlo entre otras cosas.

En el área prefrontal es donde se encuentra la planificación, la toma de decisiones, la inhibición de cuestiones impulsivas, las capacidades de resolución de problemas complejos como aprender nueva información, planificar, activar memorias remotas, regular la acción de acuerdo con estímulos del entorno, cambiar el patrón de conducta de forma apropiada y generar programas motores. Área de suma importancia para el ser humano, denominada vulgarmente, el director de orquesta.

Conductas disruptivas

Las diferentes áreas del cerebro van madurando en distintos momentos. Hay áreas mas activas, que maduran antes, como las del lóbulo temporal, sobre todo las amígdalas cerebrales. Esto genera un desbalance entre regiones que se encargan del control inhibitorio de impulsos y de las regiones encargadas del refuerzo. Se observa una mayor actividad en los circuitos de placer y recompensa.

Sabemos que los y las adolescentes son considerados como propensos a ponerse en riesgo, buscan nuevas sensaciones, el cerebro está ávido de experiencias inusuales, novedosas e inesperadas. Esto puede llevarlos a exponerse a situaciones complicadas y de riesgo cierto o inminente (conducir alcoholizados, mantener relaciones sexuales sin protección, experimentar con drogas y conductas delictivas o disvaliosas).

Las conductas disruptivas, impulsivas y riesgosas también se verán exacerbadas por la importancia de pertenecer al grupo de pares y de ser aceptados.

Dentro del repertorio conductual de los y las adolescentes está la mayor susceptibilidad a la presión de los pares y la mayor susceptibilidad al estrés.

No es novedad de este siglo que en esta etapa, pertenecer al grupo de pares es una característica y una necesidad. Tan es así que quienes padecen situaciones de exclusión, de aislamiento, de bullyng, experimentan la situación como un fuerte golpe, no solo al ego, sino al cerebro, lo que produce una activación neuronal que genera un intenso dolor (despierta algo muy primitivo que es el instinto de seguir buscando pertenecer al grupo, cueste lo que cueste). Una de las áreas implicadas aquí es la denominada corteza cingulada anterior, zona en donde se percibe no solo el dolor físico, sino también el emocional.

Tal como mencionaba anteriormente, hay estudios sobre el funcionamiento cerebral muy interesantes que revelan que el desarrollo de la región prefrontal no se encuentra completamente desarrollado hasta la finalización de la adolescencia, y que las regiones relacionadas con los circuitos emocionales (como la amígdala cerebral, donde están nuestras memorias emocionales), presentan un aumento de su actividad.

Inestabilidad emocional

Esto es lo que subyace y nos permite explicar el comportamiento adolescente, caracterizado por la inestabilidad emocional, los cambios en el carácter, las variaciones rápidas en los estados de ánimo y lo exagerado de las emociones (tanto la euforia, la aceleración como la tristeza), los cambios en los intereses, las muestras de rebeldía, la falta en el control de los impulsos, las dificultades en el razonamiento moral, y la valoración adecuada de los riesgos.

Es que existen diferencias en la toma de decisiones entre adolescentes y adultos/as, las diferencias no se basan en que los chicos no saben lo que está bien y lo que está mal, tampoco en que no pueden evaluar los riesgos/beneficios; sino, en que los adolescentes aprecian mucho más la recompensa y las posibilidades de ganancias a corto plazo.

En situaciones en las que el riesgo puede reportarles algo que desean, valoran el premio mucho más que los adultos: de ahí que estén dispuestos a correr el riesgo. Se focalizan más en las posibles ganancias (sobre todo a corto plazo) que en protegerse de las posibles pérdidas. O sea que la toma de decisiones por parte de los y las adolescentes se encuentra “disminuida” por falta de madurez y desarrollo cerebral y emocional, hecho que debe ser tenido en cuenta por el sistema penal.

Cada vez existen más artículos y datos de estudios que correlacionan una baja actividad en la corteza prefrontal como factor causal de violencia, ya que un funcionamiento del área prefrontal disminuido lleva a una pérdida de la inhibición de algunas estructuras más primitivas filogenéticamente (como la amígdala cerebral). Raine (“Raine A. Psicopatía, violencia y neuroimagen. En Raine A, Sanmartín J, eds. Violencia y psicopatía. Barcelona: Ariel; 2002. p. 59- 88” ), dice que la inmadurez de los lóbulos frontales puede conducir a comportamientos violentos, ya que habría un funcionamiento ejecutivo deficitario. Recordando aquí que los lóbulos frontales son la última región del cerebro en madurar y lo hace alrededor de los 20 años de edad.

La violencia adolescente y la problemática de los jóvenes en conflicto con la ley implican un complejo entramado de cuestiones biológicas, psicológicas, sociales, culturales, económicas y políticas y constituyen un inmenso desafío para casi todas las regiones del mundo.

Algunas decisiones sí y otras no

Entre los cuestionamientos, sobre todo de quienes sostienen que debería disminuirse la edad minima de responsabilidad penal, se encuentra la capacidad de toma de decisiones para cuestiones médicas, para votar y para otras decisiones. Lo que sucede aquí es que existe una diferencia entre capacidades cognitivas y madurez psicosocial. Capacidades cognitivas como razonamiento, memoria de trabajo, fluencia verbal a la edad de 16, 17 años ya están desarrolladas; en cambio ( tal como mencioné antes) las habilidades psicosociales como control impulsividad, frenos, etc necesitan de una corteza prefrontal totalmente madura.

Además no es lo mismo la toma de decisiones en “contextos fríos” ( con baja activación emocional, sin presiones de los pares) que en “contextos calientes” de alta activación emocional, de fuertes emociones, de estrés.

Población vulnerable

La violencia es un fenómeno complejo, multicausal y multifactorial que se ha incrementado en las últimas décadas, al punto de ser considerado un grave problema de salud pública (no solo por las lesiones, las discapacidades o los fallecimientos). En esta línea, los y las jóvenes se convierten en una población vulnerable frente a la violencia, pero también por las características explicadas previamente, son propensos a generar situaciones violentas, disvaliosas y delictivas.

Pero, la solución a este entramado complejo de causas y consecuencias de la violencia, a mi entender, no radica en la disminución de la edad de imputabilidad.

Para no entrar en un reduccionismo neurobiológico y porque todos/as sabemos que el todo (la integridad) de una persona está condicionado por los genes y el ambiente.

El contexto socio cultural (que incluye las situaciones, condiciones, relaciones, etc), así como la inequidad, constituyen una condición estructural y posibilitadora de la violencia.

Otra condición estructural para la violencia es la intolerancia que tiene que ver con la incapacidad para tramitar las diferencias. No puedo dejar de mencionar las drogas ilegales, los narcóticos (con todas sus implicancias económicas, políticas, culturales y éticas) que contribuyen al aumento de las violencias.

Es que la violencia, es tan cotidiana que muchas veces no podemos ver sus dimensiones reales, nos acostumbramos a vivir como si no existiese o como si fuese un problema ajeno, o un espectáculo televisivo.

Lo interesante es que, sabiendo sus múltiples factores explicativos, se pueden pensar estrategias, es posible modificar ambientes de riesgo (generadores de violencia) si se tratan algunas de sus causas, como la pobreza, el machismo, la desigualdad, la falta de acceso, la inequidad, la exclusión, etc. Y entonces será posible pensar en otras respuestas y estrategias diferentes a la edad de imputabilidad.

Los niños, adolescentes y jóvenes que delinquen, que muestran conductas antisociales son parte y producto de ésta, nuestra sociedad.

Para finalizar quisiera mencionar que la empatía es el inhibidor más potente que se conoce contra la violencia y la crueldad.

Como adultas y adultos tengamos presente la existencia de las neuronas en espejo (son las que como seres sociales nos permiten aprender por imitación, son responsables de la cognición social y de la empatía en parte) claramente parte de nuestra tarea sería la de mostrar conductas equilibradas, valores y respeto.

Giacomo Rizzolatti, el neurocientífico italiano que descubrió las neuronas espejo, señala que este sistema cableado es lo que nos permite “captar las mentes de los demás no a través de un razonamiento conceptual sino a través de una estimulación directa de los sentimientos, no con el pensamiento”.

Hay estudios que logran demostrar cómo la empatía cumple una función moduladora facilitando la conducta prosocial e inhibiendo la conducta agresiva.

Estos elementos han llevado a concluir, que los individuos empáticos suelen ser menos agresivos y más propensos a manifestar comportamientos prosociales y de ayuda a otros, siendo la empatía opuesta al comportamiento agresivo.

*Dra. Vanina Botta. Médica forense del Poder Judicial, Puerto Madryn, Chubut.