*Por Natalia Brusa
Ella era adicta al paco y fanática de los redondos.
Ella bailaba sola y usaba ropa provocativa.
Ella tomaba fernet y volvía muy tarde de los boliches.
Todas son posibles causas o motivos que explican el femicidio nuestro de cada día.
Mientras el cadáver descansa sobre una fría camilla de aluminio aguardando una autopsia, la vida de la mujer o la niña en cuestión es sometida a una autopsia moral.
Como si de sus hábitos y gustos, de sus consumos y sus amores pudiera desprenderse esa razón que la sociedad necesita para justificar la muerte del día.
Una autopsia es el examen de los órganos, tejidos o huesos de un cadáver para investigar la verdadera causa de muerte y consecuentemente tratar de encontrar algún culpable.
Una autopsia moral es otra cosa. Es una vida servida en bandeja virtual para ser despedazada por aves de carroña que insisten en instalar en las mujeres el miedo a la libertad.
No se busca ninguna verdad, sólo demostrar que las chicas buenas van al cielo y las otras terminan desnudas, violadas, descartadas y arrojadas como basura en algún descampado. O como esta vez, muertas y abandonadas en una cama de hotel.
Poco importan las circunstancias concretas de cada caso, los contextos de vulnerabilidad y la fragilidad de cuerpos y almas. La autopsia moral siempre dictamina que la culpable es la víctima.
Ocurre algo parecido cuando las víctimas de abusos sexuales resuelven denunciar a sus agresores mucho tiempo después de que los hechos fueron cometidos.
El primer cuestionamiento que se lee y se escucha es acerca del tiempo que le llevó a esa mujer, decidirse a denunciar. El factor tiempo sobrevuela las denuncias caratulándolas de oportunismos varios. Otra vez, la lupa está puesta sobre la víctima y cuáles serían las eventuales motivaciones que la llevaron a callar en su momento o a decidirse a hablar ahora.
No se tiene en cuenta que una persona que ha sufrido vejámenes necesita un contexto de cierta seguridad para poder contarlo. No se habla cuando se quiere. Se habla cuando se puede y por ello la ley argentina ampara esta circunstancia al decir que los delitos contra la integridad sexual son imprescriptibles.
Las maneras de contar nunca son inocentes. Uno elige un ángulo desde el cual relatar una historia. Ese sesgo patriarcal se cuela por cada fisura del discurso social apoderándose de titulares de diarios, de portales de noticias y de comentarios periodísticos que refuerzan un ideario de lo femenino.
Y sobre todo, desde los jardines del Edén hasta nuestros días, este discurso nos ha advertido que no habrá impunidad para aquellas que osen apartarse de ese modelo.
*Lic. Natalia Brusa. Licenciada en Comunicación Social. Encargada de prensa de la Cámara Federal de Apelaciones de Córdoba. Coautora del libro “Tiempo de conversar”