Niñez y Delito en los Medios de Comunicación

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Por Kevin Lehmann: Sociólogo y Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, Master en Gestión de la Comunicación en las Organizaciones (Universidad Austral), Posgraduado en Opinión Pública y Medios de Comunicación (FLACSO-INAP), Posgraduado en Control y Gestión de Políticas Públicas (FLACSO-INAP).

También es profesor universitario en diversas casas de altos estudios del país y consultor del Banco Mundial. Durante muchos años fue vocero de la Federación Argentina de la Magistratura.

*El presente texto (nunca publicado) es una conferencia que el autor dictó en el Colegio de Magistrados y Funcionarios del Poder Judicial de San Nicolás (Pcia. de Buenos Aires), como apertura de las Jornadas de Niñez y Delito, durante el mes de mayo 2010.

Es difícil escapar a los lugares comunes y agregar algo a los -necesarios- hitos por los que circulan habitualmente los abordajes sobre este tema. Sin embargo, intentaré avanzar un poco, sin abundar excesivamente en las cuestiones ya conocidas y que son materia cotidiana, sobre todo en los fueros de Menores y Familia.
Me interesa ensayar algún tipo de estrategia para eludir el discurso dominante -“policial/ paranoico” diría, aproximadamente, el Dr. Zaffaroni- y propiciar otro tratamiento público de la cuestión.
El diagnóstico, sobre el que haré algunas referencias, es conocido:

 Los medios de comunicación tienden a estigmatizar a los niños y adolescentes cuando están imputados por algún hecho delictivo.

 La percepción social de la cantidad de delitos, en particular delitos graves, protagonizada por personas de menos de 18 años está fuertemente distorsionada.

 Predominan discursos simplificadores acerca de las causas del delito adolescente y de las respuestas adecuadas para enfrentarlo, prolijamente distribuidos a lo largo del espectro ideológico.

Adelanto mi hipótesis, nada original, pero que espero sirva para dar base a lo que sigue: cuando se habla de inseguridad el hecho mismo de poner a los niños y adolescentes en el centro de la cuestión, adelanta la respuesta, es el recorte el que produce la distorsión. Intentémoslo: Inmigrantes y Delito; Desocupados y Delito; Droga y Delito. Es más doloroso y más complejo para la sociedad abordar un continuo como, por ejemplo, pobreza- marginalidad-desigualdad-violencia-delito, que restringir esa serie a una cuestión problematizada, que tiene, como todos los problemas, una solución adosada. Borges señaló que “(…) la palabra problema puede ser una insidiosa petición de principios. Hablar del problema judío (por mero ejemplo) es postular que los judíos son un problema: es vaticinar (y recomendar) las persecuciones, la expoliación, los balazos, el degüello, el estupro y la lectura de la prosa del doctor Rosemberg”.
El recorte al que aludo consiste en iniciar la serie lógica que nos lleva a “entender” una situación en la que el niño o adolescente delinque, sin ofrecer contextos que permitan una mirada más abarcativa, es decir, iniciar la serie en otro lado. Se me objetará que siempre se menciona la situación de marginalidad, la falta de educación, el background familiar, etc. Mi hipótesis es que esas circunstancias son adjetivos de un sustantivo que es el menor delincuente (“menor delincuente” es casi una redundancia, para decirlo en palabras de un adolescente: “si ponen ‘menor’ quiere decir que hizo algo malo, prefiero que me llamen ‘joven”) (1).

Ese menor que no reconocemos y con el que no podemos identificarnos

Ese menor no es un niño ni un adolescente como nosotros los conocemos: no es un hijo, un sobrino, un chico de mi club, un compañerito de mis hijos. La prueba más contundente y brutal fue el asesinato a golpes y patadas de un chico de 15 años que salió a robar junto con otros, con un arma de juguete. Cuando ya estaba en el suelo, vecinos del lugar, hombres y mujeres (las crónicas dicen que algunas estaban con niños) le pegaron hasta producirle la muerte.
Con los vecinos asustados podemos identificarnos, con el menor delincuente, no. Mi sensación es que por ese lado está la clave para salir de la trampa de los discurso predominantes, y volveré sobre este punto más adelante.

Hasta aquí solamente dije dos cosas: que el recorte produce la distorsión y que la falta de identificación convalida el recorte. Agreguemos otros dos elementos que influyen en el tratamiento mediático: la complejidad y el acontecimiento.
Creo que la complejidad es clave: la complejidad desafía el modo de los medios. La sección Policiales cuenta historias: con buenos, malos, un orden que se perdió y debe ser recuperado, alguien que espera algo. Los datos contextuales en crudo embarran la historia, la complican, la hacen perder tensión e interés. “El mundo mediático tiene dos palabras: novedad y actualidad. Su modo y tiempo es el de la tensión, el de la expectación ansiosa. Como lo fenómenos maníaco-depresivos, hay ciclos de euforia mediática que se intenta sostener” (2).
El acontecimiento, es otra marca para solventar la hipótesis que intento poner a consideración de Uds. El acontecimiento no tiene el mismo sentido para el historiador que para el periodista: el primero busca una serie de hechos, mientras que el segundo busca el hecho único: el caso. El caso, se sostiene por si mismo, los contextos están al servicio del caso, no lo diluyen: la potencia del caso tiene su propia lógica. Por lo tanto el problema es el menor, ese menor, el que cometió el delito, no la sociedad ni los contextos en los que se formó como menor (y no como niño). El caso se agota en sí mismo: muerto el perro, se acabó la rabia.
¿De qué modo, entonces, puede ofrecerse una alternativa a ese discurso estigmatizante, distorsionado, “policial” (y paranoico) y simplificado tan extendido en los medios y entre, nosotros, los ciudadanos?; ¿cómo podemos contrarrestar el recorte y los condicionantes del modo de producción de los medios?; ¿cómo podemos, en definitiva, discutir el sentido común instalado?.
Creo que es hablando de los chicos: esa es mi hipótesis. Me imagino la decepción: después de toda la introducción, una pavada de ese calibre. Efectivamente, casi no hacía falta que perdamos este tiempo para una cuestión de sentido común, presentada pomposamente como HIPÓTESIS. Sin embargo, déjenme intentar una defensa de semejante pobreza argumental: ¿se acuerdan de la nena desnutrida de Tucumán? ¿se acuerdan de cómo nos estrujó el corazón y cómo todos sentimos que teníamos que hacer algo urgentemente?…¿Qué tuvo esa nena para que un tema que todos conocíamos y sabíamos que existía ingresara brutalmente en nuestra agenda y en la agenda de los medios?. Tuvo una cara. Una historia. Un espejo donde mirarnos. La posibilidad de ver a nuestros hijos, a nuestros sobrinos, a nuestros alumnos, a todos los que cargan de contenido, de densidad, de valor y de afecto al concepto “niño”…y al concepto subordinado, “niño que sufre”
Ese concepto, “niño”, “pibe”, “los pibes que conozco”, no funcionó en La Matanza, para Lucas Navarro. Funcionó otro: “menor delincuente”.
El menor delincuente es una amenaza: están drogados; no les importa nada; entran por una puerta y salen por la otra; son mucho más crueles que los mayores; te pueden matar por un par de zapatillas…
Las vecinas con hijos en brazos no mataron a Lucas Navarro (3) (no podían, porque el que estaba ahí: no tenía nombre, ni historia), se enfrentaron con una amenaza para sus hijos y sus familias. En ese sentido, su actitud es bastante racional.
¿Quién podría convertir a Lucas Navarro en un chico de 15 años? Sí, los medios. Pero los medios escriben lo que sus fuentes les ofrecen. Los periodistas, como el resto de los ciudadanos forman sus criterios a partir de la información con la que cuentan (no la que existe: la que conocen y tienen disponible, antes o después de investigar). Existe la versión de la policía, de las víctimas, de los familiares destrozados, faltan dos versiones: la de los niños (que están inmersos en su realidad subjetiva, en la cuál, obviamente, delinquir es una opción y por lo tanto, mientras más hablen (y hablarán como menores, como pibes chorros, como negros de m…, más posibilidades tienen de reforzar el estereotipo) y la de la Justicia.
La Justicia puede poner en contexto y contar la historia. La versión que no está presente en los discursos que circulan es, precisamente, la que tiene la capacidad de mostrar el cuadro completo y romper los mitos: el del número de homicidios imputados a menores; el de la monocausalidad del consumo de “paco”; el de la indiferencia de los padres, etc. La Justicia puede mostrar los contextos, la historia de ese chico, sus aprendizajes, sus opciones (y las de sus padres), etc.
La tormenta perfecta se produce precisamente allí: los jueces de Familia y los del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil son los que tienen mayores prevenciones para hablar. La mayoría están convencidos de que no pueden hablar. Sin embargo, pueden hablar de todo, con la única excepción de lo que se les ha ordenado específicamente resguardar. Hay muy poco de lo que no pueden hablar. Esto es un descubrimiento reciente para el Poder Judicial, no es culpa de los jueces y funcionarios, es una cultura organizacional que resultó adecuada desde siempre y hasta hace relativamente poco.
La comunicación está sobre e infravalorada en el Poder Judicial. La versión de la Justicia está ausente en la mayoría de los casos que tienen tratamiento público. Digo la versión y no “el expediente” porque lo que faltan no son los datos de las causas, sino las lógicas de construcción de las decisiones y los contextos que las sostienen. Lo mismo que sucede con el tema que nos ocupa: las decisiones jurisdiccionales y los menores delincuentes (dicho así, para que se entienda) comparten un elemento que los determina: son fenómenos descarnados. No pueden generar empatía.
En los menores se condensan, convergen y hacen síntoma muchísimas cuestiones que no hemos podido elaborar como sociedad. No hay un debate saldado. Cada vez que se toma una decisión judicial sobre un menor en conflicto con la ley penal, la mitad de la sociedad se va a indignar porque es excesivamente blanda y la otra mitad porque es excesivamente dura.
Recupero lo de la empatía. Humberto Eco hace una distinción muy ilustrativa entre explicar, comprender, justificar y compartir.
“Erika es una muchacha que está acusada de haber acuchillado a su madre y a su hermano pequeño. ¿Se puede explicar este hecho? Sin duda, y deberían hacerlo los psicólogos y psiquiatras. ¿Se puede comprender a Erika? Si me explican que era presa de un ataque de locura, la puedo entender, porque el loco no razona. ¿Se puede justificar?. Desde luego que no, y es preciso que un tribunal condene su acto y actúe con ella de tal forma que no pueda volver a hacer daño. ¿Se puede compartir lo que ha hecho en el sentido de que nosotros también lo haríamos? Espero que no, si no somos uno de esos descerebrados que le envían mensajes de solidaridad”(4) .
No se trata de justificar ni de compartir. Ni siquiera ingreso en el caso concreto (de eso me ocupo en mi tarea cotidiana, cuando ya es tarde). El objetivo de construir un sentido común distinto frente al tema de los niños que, por las razones que sean, no fueron capaces de resolver de otro modo su futuro inmediato (no supieron, por ejemplo, soportar el abuso como los 2 millones de niños menores de 15 años que trabajan en nuestro país; ni permanecer en el lugar de víctimas, como estadísticamente sucede con una cantidad incomparablemente mayor de chicos que los que operan como victimarios). El objetivo, digo, de construir un sentido común alternativo al policial – paranoico es permitir una acción efectiva contra la inseguridad que generan los menores delincuentes. Sí, no hablo de terminar con el abuso, porque ese no es el objetivo: el objetivo es que el abuso no nos roce (el problema del “paco” no es la generación de chicos y chicas de la villa de sufre y se destruye, si no que salen a robar).
No está mal que exista un Ministerio de Seguridad: lo que es absurdo es que se le atribuya la tarea de terminar con la inseguridad. La fábrica de delincuentes no es administrada por el aparato que reprime los delitos. Es fracaso de la totalidad del aparato del Estado y de nuestra sociedad en todos sus niveles.
Con la información estadística que tenemos es probable que podamos construir un mapa de los barrios y los lugares que se constituyen como los principales proveedores de materia para los Institutos de Menores. Si a eso le agregamos algunas otras variables (situación de los padres, hermanos detenidos en cárceles o institutos, condición socioeconómica del hogar, etc.) creo que puede construirse un índice de probabilidades de que un niño que hoy tiene 3 años y está jugando descalzo en el barro, entre en conflicto con la ley penal dentro de unos años. ¿Quién puede dar una respuesta más efectiva, los ministerio de Infraestructura, Economía, Educación, Desarrollo Humano, etc. etc. que pueden combatir las causas estructurales del delito o el Ministerio de Seguridad que va viendo cómo administra lo que ya se produjo? Me recuerda a la cámara oculta –ya clásica- en la que a una persona se la pone en una línea de montaje y debe guardar platos que salen cada vez a mayor velocidad hasta que colapsa su capacidad…nosotros pensamos que hay que ponerle dos brazos más al pobre tipo…
Si no rompemos ese sentido común, vamos a estar siempre tras la línea de montaje. Pero esta fábrica produce dos víctimas: los niños que delinquen y las víctimas de los delitos por ellos cometidos. Ambos tienen el derecho a reclamar soluciones urgentes.
Tenemos que ser capaces de lograr que se entienda que no puede resolverse el problema de unas víctimas sin resolver el de las otras. Y para esto hay que salir de los discursos simplificados, policiales- paranoicos, políticamente correctos, horrorizados, y ofrecer contextos: contar historias que puedan explicar la complejidad y permitir la identificación con todos los actores del drama (no es una tragedia, no tiene un final ineludible, es un drama, podemos cambiarlo); poner blanco sobre negro la situación de los niños, su participación en la cuota de delitos, los avisos previos. Mejor hacernos cargo de qué falló que tratar de matar el síntoma. Ese modelo fue utilizado con éxito en las ciudades que bajaron sus tasas de criminalidad.

Mi mensaje de cierre es:
 los menores delincuentes no son un problema, son el síntoma de varios;
 no se sale de la presión por agravar la situación sin convertir a los menores delincuentes en chicos y adolescentes;
 la única forma de lograr eso es darles una cara;
 la Justicia tiene la versión con mayor potencia para poner contextos y eso protege a los chicos y legitima las decisiones de la Justicia;
 lo que publican los medios va a cambiar cuando nosotros cambiemos, no antes;
 los problemas son nuestros; los chicos son nuestros; los discursos distorsionados son nuestros: si no están en la agenda es porque nosotros no lo ponemos.

Nuestro compromiso es resolver una cuestión tan delicada como es ver cómo deshacemos lo que hicimos con nuestros chicos.


1 “El Encierro mediático: Niñez y Adolescencia en la prensa argentina 2008”, Periodismo Social, Buenos Aires, 2009.
2 Abraham, Tomás El presente absoluto, Sudamericana, Buenos Aires, 2007.
3 http://www.taringa.net/posts/info/5095929/El-joven-linchado-por-los-vecinos.html
4 Umberto Eco, A Paso de Cangrejo.