*Por Vanina Botta
En los últimos 50 años, gracias a los avances en tecnología, ciencias médicas y conocimientos sobre el envejecer, la esperanza de vida al nacer se ha incrementado en todo el mundo.
Hasta no hace mucho tiempo se asociaba a la vejez con el declive físico y mental, parecía que nada se podía hacer para evitarlo o compensarlo.
Sin embargo, desde hace décadas se habla de la plasticidad cerebral durante el envejecimiento; plasticidad como capacidad del sistema nervioso para cambiar su estructura y funcionamiento a lo largo de la vida, permitiendo a las neuronas regenerarse y formar nuevas conexiones sinápticas.
Es así como pensamos que el envejecimiento es una propuesta de cambios que nos trae el paso del tiempo y esos cambios se van a dar fundamentalmente en nuestra identidad.
Envejecer nos resulta amenazante a todos/as porque nos resulta inquietante la incertidumbre de cómo vamos a cambiar en todos los órdenes de nuestra vida, para lo cual es importante estar alerta a ciertas señales.
Las señales de tránsito son nuestra guía en las rutas, nos indican la presencia de una curva, un desvío, una rotonda, la distancia entre ciudades y pueblos y todo aquello que nos ayuda a estar informados acerca de la ruta que recorremos, nos alertan y avisan sobre circunstancias que podrían resultarnos peligrosas o sorpresivas. Ante la presencia de estas señales convendrá adoptar una conducta apropiada para nuestra seguridad.
Del mismo modo vamos siguiendo nuestra trayectoria vital. Sin saber certeramente que nos deparará cada vuelta de la vida, ya que puede cambiar de un momento a otro (lo que es algo sabido pero que preferimos ignorar), pero sabiendo que “se hace camino al andar”, avanzamos.
Los/as que estudiamos el envejecimiento (y también vamos envejeciendo) nos preguntamos desde ya hace un tiempo, ¿por qué hay modos de envejecer sanos, saludables, activos y otros modos de envejecimiento patológicos? Pero, porque sabemos de la complejidad humana entendemos al ser como un individuo biológico, genético, psicológico, social, histórico y cultural.
Sabemos que los factores biológicos, ambientales y sociales no alcanzan para explicar porque existen envejeceres normales y otros patológicos. Debemos incorporar entonces factores de la personalidad y de la historia de vida en particular.
Así surgen ciertos factores protectores, son factores que permitirán ir anticipándose al envejecimiento y que éste no nos tome por sorpresa, son factores que ayudan a la resiliencia.
Ellos son:
– Ser flexibles; las personas flexibles aceptarán las transformaciones propias y ajenas, podrán romper con rutinas rígidas, innovar y realizar actividades nunca antes exploradas.
– Ser reflexivos; es lo que posibilitará replantearse diversas cuestiones, detenerse a meditar, ser capaces de tomar conciencia de lo que les va pasando.
– Tener capacidad de enfrentarse a las propias fallas, a las imperfecciones, a las propias carencias. No sostenerse en el “yo soy así y no voy a cambiar a esta altura”, cuando tenemos muchos ejemplos de personas que han podido cambiar de posición, aun a edades muy avanzadas.
– Aceptar pensar o reflexionar anticipadamente con respecto a la propia vejez.
Aceptar que la imagen, los roles (familiares, sociales), las funciones (intelectuales, genitales) se vean sujetas a cambios. En este punto es sumamente importante elaborar los duelos que implican la jubilación, la viudez, “el nido vacío”, la menopausia.
El paso del trabajo al retiro está signado por un momento de crisis que requiere la adaptación del sujeto a las nuevas demandas sociales. La jubilación es considerada una de las transiciones del curso de la vida más importante en la edad adulta. La actividad laboral forma parte de la constitución de la identidad del adulto, definiendo atributos que se incorporan en su sentido de continuidad identitaria.
El trabajo está íntimamente ligado a su identidad, a su sentido de pertenencia y a la salud. Otorga reconocimiento, colabora en la formación de vínculos exogámicos, organiza el tiempo y en el mejor de los casos, se puede constituir en un medio de autorrealización de los intereses personales y el sostenimiento económico.
La jubilación puede devenir en un crecimiento personal, en la concreción de planes y proyectos postergados, en nuevos contratos sociales, en el buen aprovechamiento del tiempo libre. O constituirse en un vacío en la vida del sujeto. De aquí la importancia de anticiparse a esta transición.
– Elaborar gradualmente cada arruga, cada enlentecimiento.
– Ir admitiendo limitaciones y enlentecimientos. Aprendiendo a compensarlos con otros recursos, se trata de compensar pérdidas con ganancias.
– Aprender a escuchar las señales del paso del tiempo provenientes de nuestro cuerpo y calmar el paso (en todos los órdenes), si ya no hay tanto apuro.
– Cuestionar prejuicios y pre conceptos sobre la vejez tanto propios como ajenos.
-Hacerse responsables del cuidado de la propia salud.
– Aun cuando existan patologías (hipertensión, artrosis, dolores) o discapacidades, seguir “funcionando” a pesar de ello. Buscando ese deseo de seguir adelante.
– Reconciliarse con el propio envejecimiento. Se dice que la vejez es un revelador de verdades. Porque llega mejor parado a la vejez quien es capaz de enfrentarse a su propia inconsistencia, quien es capaz de soportar la incertidumbre del vivir, quien tuvo recursos para encontrar salidas creativas frente al desamparo que a todos/as, de una u otra manera nos atraviesa.
– respecto de los vínculos y redes sociales es importante comenzar a usar el tiempo libre. Buscar nuevos vínculos, incluirse en redes y grupos. Seguir conectados con el afuera, vivir enlazados en múltiples direcciones.
No vivir apoyados en un solo bastón y no apostar todo a una sola función (ya sea intelectual, belleza física, función genital o sexual, función maternal) ya que cuando estas funciones comienzan a declinar se corre el riesgo de caerse.
– Dialectizar el plano de la interioridad con el de la imagen exterior.
– Asentar la autoestima en el presente y no en el pasado.
– Recordar de modo reminiscente (aferrado al presente, con proyección al futuro) y no de modo nostálgico (pensando que todo tiempo pasado fue mejor).
– Aceptar verdades ocultas que la vejez devela, incorporando imágenes nuevas de sí.
– Poder ubicarse como un eslabón más en la cadena es adquirir la humildad de saberse ni más ni menos que eso: un eslabón más en la cadena. Con toda la responsabilidad que le cabe a quien debe contribuir al logro de la continuidad, evitando que se corte ese encadenamiento, ya sea en lo familiar como en lo socio cultural.
Esto es recuperar la memoria de los que ya no están como modo de ir construyendo futuro para los que nos sigan, a modo de puentes entre generaciones, como ejemplifican nuestras Abuelas de Plaza de Mayo.
– Vivir hacia la muerte es entregarse, bajar los brazos, sentarse a esperarla sin pelear y dejar que la muerte se cuele por los espacios que uno/a deja sin vivir.
– Vivir hasta la muerte, en cambio, implica complejizar el camino, probar por otros senderos, de modo tal que la muerte llegue en el momento indicado, cansado/a ya de tanto vivir y al final del camino.
Y cuando ese final vaya llegando, saber que el pasaje por la vida no fue en vano, que el cuerpo muere pero algo irá quedando. El logro de la trascendencia es una meta para aquellos que se reconcilian con el final, sabiendo que árbol sembrado dará frutos y sombra a otros caminantes que sigan este camino.
Cada tanto es importante revisar nuestra hoja de ruta, ver caminos alternativos, elegir nuestros compañeros/as de viaje y sobre todo, estar atentos/as a las señales de tránsito.
Cada vez es más evidente que una vida de pobreza psíquica, afectiva y de vínculos presagia en mayor medida un envejecimiento patológico. En síntesis, una vida de riqueza representacional y abierta a la complejidad, a la incertidumbre, a las fluctuaciones, al desorden y a pensamientos no lineales, capaz de realizar un trabajo psíquico de anticipaciones y resignificaciones. Serán las condiciones psíquicas que se podrán ir construyendo en el curso de la vida como antídotos que harán soportables las adversidades a fin de no quebrarse.
Para finalizar me gustaría agregar que someterse a una vida autómata, sin auto cuestionamientos, con estímulos ambientales pobres, creencias rígidas, excesiva seguridad y monotonía, es lo que irá preparando el terreno para una depresión o demencia.
Es en la mediana edad el momento de decidir que camino vamos a tomar teniendo la posibilidad para recrearse, reencontrarse, aceptar las metamorfosis propias para contraponerse a los mitos del envejecimiento y vivir plenamente esta maravillosa etapa de nuestras vidas.
*Dra. Vanina Botta. Médica Especialista en Psiquiatría y en Medicina Legal. Trabaja en el Cuerpo Médico Forense de Puerto Madryn (Chubut).