*Por Vanina Botta
Para la psiquiatría forense el tema de la imputabilidad es uno de los más importantes y de mayor interés en la práctica diaria. La gran mayoría de las veces que se nos convoca a realizar una evaluación, es lo primero que despejamos a través de la entrevista y del estudio de las facultades mentales.
Para caracterizar de un modo práctico a nuestro objeto de estudio, es de utilidad pensar en tres conceptos, el de persona, personalidad y vivencia. El ser humano es lo que es por su vida mental, por su psiquis.
Que goce de libertad, de voluntariedad, de discernimiento, lo hace responsable de sus actos. La capacidad de decidir libremente al ser humano lo torna impredecible.
El abusador sexual, en la inmensa mayoría de los casos estudiados, no presenta ningún desmedro en sus facultades psíquicas, no presenta desconexión de la realidad, su funcionamiento mental es racional.
Manipula a quienes los evaluamos, tienen tendencia a utilizar la minimización y parcialización, el encanto superficial y su tendencia a colocarse como víctima.
Como todo transgresor, tiene facilidad y experiencia para manipular las percepciones, emociones y juicios de los demás, logrando así distorsionar la realidad de la manera que le resulte más conveniente.
Entre los numerosos abusadores sexuales que evaluamos, algunos pueden presentar rasgos de psicopatía, como falta de empatía, cosificación, ausencia de culpa y angustia, manipulación, mentiras, conducta impulsiva y pobre control conductual. Sin embargo, pueden existir abusadores con diversas personalidades (entendida ésta como el modo de ser, el modo de estar en el mundo), quien decide el contenido de su conducta es el ser humano con su condición de ser libre, es decir, con cualquier tipo de personalidad, la persona decide el accionar.
Lo importante a consignar es que se trata de hombres sin enfermedades mentales, sin alienación mental. Pero también significa, desde el punto de vista individual, la dificultad del delincuente para aceptar la ley, lo que implica dificultades en el desarrollo de su personalidad. A su vez, desde el punto de vista social, significa una alteración, violación o transgresión de la norma establecida.
En la observación de delincuentes sexuales, extraída del artículo del Dr. Juan Carlos Romi, se desprende que del 80 al 90% no presentan signos de alienación, es decir, son jurídicamente imputables. De ellos, a un 30% no se le detectan groseros trastornos psicopatológicos de la personalidad y su conducta sexual social aparente, presenta visos de adecuación. El resto de este grupo (el otro 70%) está compuesto por individuos con diversos trastornos de la personalidad.
Por lo tanto, la asociación tradicional de correlacionar necesariamente delito sexual y psicopatía debe ser desacreditada.
Según Finkelhor y Krugman (1993, citados por Bentovim, 2000), las características principales del perfil del abusador sexual y las que deben estudiarse son: la motivación del agresor para cometer el abuso, la habilidad del agresor para superar sus propias inhibiciones y miedos, la capacidad del agresor para superar las barreras externas, los factores de protección del niño y las consecuencias psicológicas que deja el abuso sexual infantil en su víctima.
La violación no se produce intempestivamente, sino después de haber creado las condiciones que la facilitan por parte del abusador (en el caso de abusos intrafamiliares). El abuso no es algo que simplemente sucede, no entra en el rango de un descontrol impulsivo, es una conducta que no se da por única vez, sino que tiende a perpetuarse y repetirse.
El abuso sexual es una expresión de poder y control.
El abuso sexual intrafamiliar se convierte en la tipología prevalente de la delincuencia sexual.
El delito sexual con víctimas menores (niñas, niños y adolescentes), se presenta con características diferentes al delito cuya víctima es mayor de edad, el comportamiento del adulto hacia la víctima no suele ser violento, incluso es habitual que convenza al menor para mantener la relación. El secreto se constituye en una de las precondiciones del abuso. El abusador lo requiere para mantener el contacto con el niño/niña, por lo tanto usa la coerción emocional o física, llegando incluso a utilizar la amenaza.
En segundo lugar, para que los niño/as no se defiendan ni rechacen de manera activa el contacto sexual, debe darse lo que Summit denomina, el estadio de la desprotección (las y los adultos que lo deberían cuidar y proteger son quienes lo victimizan).
Se describen varios patrones que se repiten en hombres abusadores.
Como ya se aclaró, el violador no presenta trastornos mentales ni alteraciones patológicas graves ni significativas. En general, se trata de un individuo inestable, inmaduro, proclive a la agresividad frente a la frustración, hostil, reprimido, con baja autoestima, necesitado de afecto, inseguro, temeroso.
En particular, se observa que el violador típico es una personalidad agresiva con fuerte componente sádico y con gran hostilidad hacia la mujer (sentimiento de inseguridad y temor sobre su masculinidad).
Otros se disfrazan de personas totalmente comunes, la sociedad se asombra cuando se enteran de hechos de abusos de estas personas, no lo creen.
El acto de la violación, o sea, de la intervención violenta sobre el cuerpo de las niñas y mujeres, se reconoce como una reafirmación del poder en el sometimiento de la víctima, una reafirmación sociocultural machista, un hombre que obedece a un mandato de masculinidad, de potencia, de probar su potencia mediante el cuerpo de las mujeres. Tal como explica Rita Segato: “El violador no es un ser anómalo, solitario, raro. En él irrumpen valores que están en toda la sociedad. Es el actor protagonista de una acción que es de toda la sociedad, una acción moralizadora de la mujer (…) Es un sujeto vulnerable que se rinde a un mandato de masculinidad que le exige un gesto extremo, aniquilador de otro ser para poder verse como un hombre, sentirse potente”.
Los abusos sexuales intrafamiliares suelen ser más traumáticos, ya que para el niño/a suponen además sentimientos contradictorios en cuanto a la confianza, la protección y el apego que se espera y se siente con relación a los propios familiares. No manifestándose el mismo grado de trauma en los/as niños/as. Trauma como resultado de un hecho al que no se le puede dar significado y que altera el desarrollo emocional y cognoscitivo de las víctimas. Es que el uso y abuso del cuerpo del otro/a sin que éste participe con intención o libertad, se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima.
Entonces, sin trastornos mentales, sin alienación mental, con recto discernimiento y claridad de conciencia; los violadores, son hijos sanos, que gozan de lo dominación que ejercen sobre el cuerpo femenino; hijos de una sociedad claramente patriarcal, en ellos irrumpen los valores que están en toda la sociedad, en la que el violador es alguien que tiene que mostrarse como dueño de los cuerpos de las niñas y mujeres.
Es necesario comprender que estos abusos sexuales son agresiones de género, son crímenes de exceso de poder de los hijos sanos del patriarcado y es posible construir nuevas masculinidades.
*Dra. Vanina Botta. Médica Forense de Puerto Madryn.