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botta*Por Vanina Botta

Cuando hablamos de unidad cerebro-cuerpo- mente-medio ambiente, nos referimos a una unidad indivisible, en la que cada una de estas partes tiene injerencia sobre las demás. La función de cada componente es ayudar a producir y transformar a otros componentes. Debido a la dura y competitiva evolución que ha dado origen a nuestro cerebro, el principal objetivo del cerebro es la supervivencia. Este recorrido hizo que nuestro cerebro cuando está atravesando situaciones críticas y de estrés importante, ponga en funcionamiento sus regiones más primitivas. Es quizás por esto que en situaciones donde está en juego la supervivencia sea más rápido y simple actuar que pensar y que ser empáticos. Podríamos decir que hoy estamos todos/as en un modo supervivencia.

El miedo, una emoción primaria, básica, adaptativa, la más famosa y populares  de todas las emociones, ha servido y sirve aun para la supervivencia y se activa ante peligros o amenazas (reales o imaginadas) que origina cambios en nuestras respuestas (tanto fisiológicas, en los pensamientos y en las conductas). Es un sistema de alarma que nuestro cerebro activa ante amenazas. El miedo se centra en una estructura llamada amígdala cerebral que es parte del denominado cerebro límbico (aunque se ha demostrado recientemente que también existen otras áreas que contribuyen a dicha emoción).

Es esta situación de pandemia por coronavirus una situación nueva que tiene todos los ingredientes para la propagación de miedo y temor. Estamos atravesando una situación de crisis inédita con consecuencias en lo económico, en lo social, en la salud integral y en el cerebro de hombres y mujeres.

Las crisis y los momentos difíciles no pueden ni deben ser subestimados, cada persona le hará frente con los recursos y herramientas que tiene. Pero lo cierto es que no se puede salir “bien” de una pandemia de estas características, siempre va a haber alguna secuela. En principio porque el cerebro humano se lleva muy mal con la incertidumbre y es una de las cosas que peor tolera. Y son momentos  de mucha incertidumbre, de duelos, dolores, irracionalidad. Si bien, como cualquier crisis tiene un comienzo, va a tener un final. Son situaciones transitorias y no permanentes.

A lo largo de la humanidad hemos atravesado varias pandemias y hemos logrado sobrevivir. Pero esta es la primera pandemia en la era digital, en la era de las redes sociales, de las noticias 24 hs, de las definiciones epidemiológicas, de los gráficos, de los indicadores, de las “fake news”.

Aquí es importante el rol de la comunicación que poseen los medios de comunicación (cualquier modalidad de ellos) en la vida democrática y por ende la tremenda responsabilidad de “comunicar bien”. Los medios tienen un responsabilidad social y es importante qué se comunica, cómo se comunica, que metáforas se utiliza, que imágenes se muestran. La comunicación no debe apuntar a generar más miedo e incertidumbre del que ya están experimentando las personas, tampoco se trata de responsabilizar a la población ni de transformarnos en custodios o policías de la gente.

Existe una responsabilidad ética de los y las comunicadores en tanto son articuladores del dialogo público en el espacio público. Citando a Washington Uranga, quien escribe que ser comunicador en esta sociedad altamente compleja y tecnológicamente desarrollada es jugar este papel de facilitador, es ser articulador de saberes presentes, la labor de los comunicadores supone también un compromiso político con la saciedad en la que están insertos y con los actores que en ella se constituyen (no una mirada partidaria), sino un aporte a la construcción del bien común.

También es cierto que ningún ciudadano/a esta obligado a hacer uso o a consumir los medios de comunicación, cada uno/a de nosotros/as tiene cierta libertad para elegir con qué medios informarse, aquí también hay una responsabilidad individual en la elección de qué información “compramos”. El uso desmedido, inapropiado, masivo de las redes sociales, si bien genera cuestiones relacionadas con el enojo, la frustración y el miedo,  también celebramos la libertad de expresión en un sentido amplio, que engloba la libertad de pensar, de expresarse, comunicarse, no expresarse, opinar y criticar.

Como se mencionó anteriormente nuestra comunidad está atravesando una crisis, un duelo, son frecuentes las reacciones de enojo, frustración, sentimientos de dolor, tristeza, desesperanza, ansiedad. Si bien el “quedate en casa” nos iguala en un punto, es claramente diferente para todos/as, no es lo mismo para personas en situación de vulnerabilidad, en situación de desempleo, no es lo mismo para personas del colectivo de discapacidad, ni para mujeres, niños niñas y adolescentes en situaciones de abuso y violencia intrafamiliar. Es que esto deja al descubierto las desigualdades existentes y es allí donde el Estado debe intervenir para hacer frente a estas desigualdades (y lo está haciendo en muchas regiones).

Considero que la información debe ser lo más clara posible (entendiendo que es un virus nuevo y aun queda mucho por investigar), la información no debe estar apuntada a generar más miedo en la población,  las noticias no deben ser contradictorias, la sobre información puede aumentar la sensación de riesgo y, por ende, de miedo y de ansiedad. El miedo a la enfermedad, a la muerte, a la no supervivencia genera que nos encontremos con esta sensación insoportable de finitud de los humanos que lógicamente conducen a la angustia.

Se debería hacer hincapié en que no solamente se trata de tener miedo, paralizarse y meterse en la cueva y aislarse, sino que se debe fomentar la cooperación y solidaridad.

El cerebro es un órgano social, los humanos somos intensamente sociales y nos beneficiamos de la interacción con otros/as, existen numerosos estudios que aportan a comunicar que las personas se benefician con los lazos sociales y amorosos; tener relaciones interpersonales fuertes es fundamental para la supervivencia y que el “aislamiento social” entonces tiene un impacto negativo para la salud mental de la población,  por lo que se debe hablar de aislamiento sanitario y no social, estamos en una era donde las relaciones sociales deben continuar a través del uso de tecnología, seguir conectados/as con familiares y amigos resultará beneficioso.

En definitiva, estamos en un momento de esta crisis inesperada que irrumpió en nuestra cotidianidad en la cual la comunicación adquiere una importancia relevante. No generar más miedo ya que después de un tiempo se agota y deja de funcionar el miedo, no sobre informar, no responsabilizar a la población ni transformarnos en policías de nuestros vecinos, es momento de fomentar el autocuidado, las relaciones y conexiones virtuales, dejar en claro que son crisis que tienen un comienzo y un final, que son transitorias y que sentirse mal también está bien, sin dejar que los síntomas emocionales se cronifiquen.

Las personas de la comunidad necesitan más que nunca tranquilidad, una red segura, noticias adecuadas y no tan catastróficas,  sentirse acompañadas, monitorearse el estado de ánimo, tener acceso a pedir ayuda si lo necesitan. Las personas de la comunidad no son responsables de lo que viene padeciendo nuestro sistema de salud, claro que son responsables de su autocuidado y autopreservación y de elegir con qué medios de comunicación van a informarse y en que horario de día van a informarse.

*Dra. Vanina Botta. Médica forense del Poder Judicial, Puerto Madryn, Chubut.